"...Hay veces, que mi ser se cubre de oscuridad, y desearía escapar, muy lejos, a donde nadie me encuentre, y mi alma, pese al dolor, alcanza a guiar, si acaso, a mi mano izquierda..."

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viernes, 25 de noviembre de 2011

Discurso del Jefe Si'ahl (Seattle) “El Grande”. Address by Chief Si'ahl (Seattle) "The Great".

Discurso del Jefe Si'ahl (Seattle) “El Grande” pronunciado el 11 de marzo de 1854.
(Recopilación del Dr. Henry A. Smith).

He allí el cielo que ha llorado lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante incontables siglos y que, aunque nos pueda parecer inmutable y eterno, puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.

Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. Cualquier cosa que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como él pueda confiar en el regreso del sol o de las estaciones.

El jefe blanco dice que el Gran Jefe en Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes. Son como la hierba que cubre vastas praderas. Mi gente es poca. Se asemejan a los pocos árboles que se encuentran esparcidos en una pradera azotada por una tormenta. El gran, y presumo – buen, Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra pero que, al mismo tiempo, nos deja suficiente para que vivamos confortablemente. Verdaderamente esto parece ser justo, y aún generoso, ya que el Hombre Rojo no tiene más derechos que él necesite respetar, y la oferta también parece ser sabia ya que no necesitamos más un territorio extenso.

Hubo un tiempo en el que nuestra gente cubría la tierra como las olas en un mar encrespado por el viento cubren el fondo cubierto de conchas, pero ese tiempo hace mucho que desapareció junto con la grandeza de las tribus que ahora son apenas un recuerdo doloroso. No trataré el tema, ni lloraré sobre eso, de nuestra desaparición a tiempo, ni voy a reprochar mis hermanos cara pálida con haberla acelerado, porque también nosotros somos en algo responsables de ella.


La juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia real o imaginaria, y se desfiguran sus caras con pintura negra, denotan que sus corazones son negros, y que con frecuencia son crueles e implacables, y nuestros viejos y viejas son incapaces de moderarlos. Así siempre ha sido. Así fue cuando el hombre blanco empezó a empujar a nuestros antepasados hacia el oeste. Pero esperemos que nunca regresen las hostilidades entre nosotros. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran como ganancia a la venganza, aún al costo de sus propias vidas, pero los viejos [que permanecen] en casa en momentos de guerra, y las madres que tienen hijos que perder, saben que no es así.

Nuestro buen padre en Washington—ya que presumo que ahora es nuestro padre al igual que suyo, ya que el Rey George ha movido sus fronteras más hacia el norte—nuestro gran y buen padre, digo, nos envía el mensaje de que si hacemos como él desea, él nos protegerá. Sus bravos guerreros serán para nosotros como una erizada pared de fortaleza, y sus maravillosos barcos de guerra llenarán nuestros puertos, para que nuestros antiguos enemigos más al norte—los Haidas y Tsimshians -- cesen de asustar a nuestras mujeres, niños, y viejos. Realmente él será nuestro padre y nosotros sus hijos.

Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? ¡Su Dios no es nuestro Dios! ¡Su Dios ama a su gente y odia a la mía! Él pliega amorosamente sus fuertes brazos protectores alrededor del cara pálida y lo conduce por la mano como un padre conduce a un hijo infante. Pero, Él ha desamparado a Sus hijos Rojos, si realmente son Suyos. Nuestro Dios, el Gran Espíritu, parece que también nos ha abandonado. Su Dios hace que su gente se haga más fuerte cada día. Pronto ellos llenarán todas las tierras.

Nuestro pueblo está menguando como una marea que retrocede rápidamente y que nunca regresará. El Dios del hombre blanco no puede amar a nuestra gente o Él los hubiera protegido. Ellos parecen huérfanos que no tienen donde buscar ayuda. ¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede su Dios llegar a ser nuestro Dios y renovar nuestra prosperidad y despertar en nosotros sueños de una grandeza que regresa? Si tenemos un Padre Celestial común, Él debe estar parcializado, porque Él vino hacia sus hijos cara pálida.

Nosotros nunca lo Vimos. Él les dio leyes pero no tuvo palabras para sus niños rojos cuyas prolíficas multitudes una vez llenaban este vasto continente como las estrellas llenan el firmamento. No; somos dos razas diferentes con orígenes diferentes y destinos separados. Hay muy poco en común entre nosotros.

Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas y su lugar de reposo es terreno reverenciado. Ustedes se alejan de las tumbas de sus antepasados y aparentemente sin pena. Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de su Dios para que así ustedes no pudieran olvidar.

El Hombre Rojo nunca podría comprender o recordarlo. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados – los sueños de nuestros hombres viejos, dados en las horas solemnes de la noche por el Gran Espíritu; y las visiones de nuestros jefes, y está escrita en los corazones de nuestra gente.

Sus muertos dejan de amarlos y la tierra natal tan pronto como traspasan los portales de la tumba y vagan más allá de las estrellas. Ellos pronto son olvidados y nunca regresan.

Nuestros muertos nunca olvidan este hermoso mundo que les dio vida. Ellos todavía aman a sus verdes valles, sus rumorosos ríos, sus magníficas montañas, sus apartadas cañadas y lagos y bahías bordeados de verde, y siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los seres vivos de corazones solitarios, y con frecuencia regresan del feliz coto de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.

Día y noche no pueden convivir. El Hombre Rojo siempre ha rehuido los acercamientos del Hombre Blanco, como la neblina matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. Sin embargo, su proposición parece justa y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le ofrece. Entonces, viviremos separados en paz, ya que las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad.

Importa poco donde pasemos el resto de nuestro días. No serán muchos. La noche del indio promete ser oscura. Ni siquiera una simple estrella revolotea en su horizonte. Vientos de voz triste se lamentan en la distancia. Un triste destino parece estar en el camino del Hombre Rojo, y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.

Unas pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de los poderosos espíritus que alguna vez se movían por esta amplia tierra o vivían en hogares felices, protegidos por el Gran Espíritu, permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue más poderoso y con más esperanzas que el suyo.

Pero, ¿por qué debo llorar sobre el destino a destiempo de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen a naciones, como las olas del mar. Es el orden de la naturaleza, y lamentarse es inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente llegará, porque aún el Hombre Blanco cuyo Dios caminó y habló con él como un amigo a otro, no puede estar exonerado del destino común. Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.

Estudiaremos su proposición y cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. Pero, si la aceptamos, yo aquí y ahora pongo esta condición, que no se nos niegue el privilegio, sin molestarnos, de visitar en cualquier momento las tumbas de nuestros ancestros, amigos, e hijos. Cada parte de este suelo es sagrado en la consideración de mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada pradera y huerto, ha sido consagrada por algún triste o feliz evento en días hace tiempo desaparecidos.

Aún las rocas, que parecen ser mudas y muertas ya que se tuestan en sol a lo largo de la costa silenciosa, están llenas con las memorias de eventos excitantes conectados con las vidas de mi gente, y el mismo polvo sobre el cual ustedes se encuentran responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas, debido a que ha sido enriquecido por la sangre de nuestros antepasados, y nuestros pies desnudos son conscientes del toque simpatético. Nuestros difuntos, bravos, amadas madres, alegres y felices doncellas, y aún los niños que vivieron aquí y se regocijaron aquí por una breve estación, amarán estas soledades sombrías y, durante la caída de la tarde, ellos recibirán a los tenebrosos espíritus que regresan.

Y, cuando el último Hombre Rojo haya perecido, y la memoria de mi tribu se haya convertido en un mito entre el Hombre Blanco, estas playas estarán repletas de muertos invisibles de mi tribu, y cuando los hijos de sus hijos se crean solos en el campo, la tienda, el taller, en la carretera, o en el silencio de los bosques sin senderos, ellos no estarán solos. En toda la tierra no hay lugar dedicado a la soledad. En la noche, cuando las calles de sus ciudades y pueblos estén silenciosas y ustedes crean que estén desiertas, ellas estarán atestadas con los huéspedes que regresan y que una vez las llenaban y que todavía aman esta hermosa tierra. El Hombre Blanco nunca estará solo.

Que él sea justo y trate amablemente a mi gente, porque los muertos no son impotentes. ¿Muertos he dicho?, aquí no existe la muerte, sólo una transición de mundos”.

Este discurso inspiró una película (“Home”), en dónde se habla de una carta enviada al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, la cual estaba redactada por el mismo jefe Seattle, si bien la carta es ficticia; parte de la película, al día de hoy se ha difundido en muchos medios como auténtica:

“Carta del Jefe Seattle” (Ted Perry 22 de abril de 1970).

“¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.

Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objeto que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apenas los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras (aguaitacaminos) ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene.

El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.

Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.

Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.

Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.

Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desapareció.

Termina la vida y empieza la supervivencia”




Address by Chief Si'ahl (Seattle) "The Great" delivered on March 11, 1854.
(Collection of Dr. Henry A. Smith).

“Yonder sky that has wept tears of compassion upon my people for centuries untold, and which to us appears changeless and eternal, may change. Today is fair. Tomorrow it may be overcast with clouds. My words are like the stars that never change. Whatever Seattle says, the great chief at Washington can rely upon with as much certainty as he can upon the return of the sun or the seasons. The white chief says that Big Chief at Washington sends us greetings of friendship and goodwill. This is kind of him for we know he has little need of our friendship in return. His people are many. They are like the grass that covers vast prairies. My people are few. They resemble the scattering trees of a storm-swept plain. The great, and I presume -- good, White Chief sends us word that he wishes to buy our land but is willing to allow us enough to live comfortably. This indeed appears just, even generous, for the Red Man no longer has rights that he need respect, and the offer may be wise, also, as we are no longer in need of an extensive country.

 There was a time when our people covered the land as the waves of a wind-ruffled sea cover its shell-paved floor, but that time long since passed away with the greatness of tribes that are now but a mournful memory. I will not dwell on, nor mourn over, our untimely decay, nor reproach my paleface brothers with hastening it, as we too may have been somewhat to blame.

 Youth is impulsive. When our young men grow angry at some real or imaginary wrong, and disfigure their faces with black paint, it denotes that their hearts are black, and that they are often cruel and relentless, and our old men and old women are unable to restrain them. Thus it has ever been. Thus it was when the white man began to push our forefathers ever westward. But let us hope that the hostilities between us may never return. We would have everything to lose and nothing to gain. Revenge by young men is considered gain, even at the cost of their own lives, but old men who stay at home in times of war, and mothers who have sons to lose, know better.

Our good father in Washington--for I presume he is now our father as well as yours, since King George has moved his boundaries further north--our great and good father, I say, sends us word that if we do as he desires he will protect us. His brave warriors will be to us a bristling wall of strength, and his wonderful ships of war will fill our harbors, so that our ancient enemies far to the northward -- the Haidas and Tsimshians -- will cease to frighten our women, children, and old men. Then in reality he will be our father and we his children. But can that ever be? Your God is not our God! Your God loves your people and hates mine! He folds his strong protecting arms lovingly about the paleface and leads him by the hand as a father leads an infant son. But, He has forsaken His Red children, if they really are His. Our God, the Great Spirit, seems also to have forsaken us. Your God makes your people wax stronger every day. Soon they will fill all the land. Our people are ebbing away like a rapidly receding tide that will never return. The white man's God cannot love our people or He would protect them. They seem to be orphans who can look nowhere for help. How then can we be brothers? How can your God become our God and renew our prosperity and awaken in us dreams of returning greatness? If we have a common Heavenly Father He must be partial, for He came to His paleface children. We never saw Him. He gave you laws but had no word for His red children whose teeming multitudes once filled this vast continent as stars fill the firmament. No; we are two distinct races with separate origins and separate destinies. There is little in common between us.

 To us the ashes of our ancestors are sacred and their resting place is hallowed ground. You wander far from the graves of your ancestors and seemingly without regret. Your religion was written upon tablets of stone by the iron finger of your God so that you could not forget. The Red Man could never comprehend or remember it. Our religion is the traditions of our ancestors -- the dreams of our old men, given them in solemn hours of the night by the Great Spirit; and the visions of our sachems, and is written in the hearts of our people.

 Your dead cease to love you and the land of their nativity as soon as they pass the portals of the tomb and wander away beyond the stars. They are soon forgotten and never return. Our dead never forget this beautiful world that gave them being. They still love its verdant valleys, its murmuring rivers, its magnificent mountains, sequestered vales and verdant lined lakes and bays, and ever yearn in tender fond affection over the lonely hearted living, and often return from the happy hunting ground to visit, guide, console, and comfort them.

 Day and night cannot dwell together. The Red Man has ever fled the approach of the White Man, as the morning mist flees before the morning sun. However, your proposition seems fair and I think that my people will accept it and will retire to the reservation you offer them. Then we will dwell apart in peace, for the words of the Great White Chief seem to be the words of nature speaking to my people out of dense darkness.

 It matters little where we pass the remnant of our days. They will not be many. The Indian's night promises to be dark. Not a single star of hope hovers above his horizon. Sad-voiced winds moan in the distance. Grim fate seems to be on the Red Man's trail, and wherever he will hear the approaching footsteps of his fell destroyer and prepare stolidly to meet his doom, as does the wounded doe that hears the approaching footsteps of the hunter.

 A few more moons, a few more winters, and not one of the descendants of the mighty hosts that once moved over this broad land or lived in happy homes, protected by the Great Spirit, will remain to mourn over the graves of a people once more powerful and hopeful than yours. But why should I mourn at the untimely fate of my people? Tribe follows tribe, and nation follows nation, like the waves of the sea. It is the order of nature, and regret is useless. Your time of decay may be distant, but it will surely come, for even the White Man whose God walked and talked with him as friend to friend, cannot be exempt from the common destiny. We may be brothers after all. We will see.

 We will ponder your proposition and when we decide we will let you know. But should we accept it, I here and now make this condition that we will not be denied the privilege without molestation of visiting at any time the tombs of our ancestors, friends, and children. Every part of this soil is sacred in the estimation of my people. Every hillside, every valley, every plain and grove, has been hallowed by some sad or happy event in days long vanished. Even the rocks, which seem to be dumb and dead as the swelter in the sun along the silent shore, thrill with memories of stirring events connected with the lives of my people, and the very dust upon which you now stand responds more lovingly to their footsteps than yours, because it is rich with the blood of our ancestors, and our bare feet are conscious of the sympathetic touch. Our departed braves, fond mothers, glad, happy hearted maidens, and even the little children who lived here and rejoiced here for a brief season, will love these somber solitudes and at eventide they greet shadowy returning spirits. And when the last Red Man shall have perished, and the memory of my tribe shall have become a myth among the White Men, these shores will swarm with the invisible dead of my tribe, and when your children's children think themselves alone in the field, the store, the shop, upon the highway, or in the silence of the pathless woods, they will not be alone. In all the earth there is no place dedicated to solitude. At night when the streets of your cities and villages are silent and you think them deserted, they will throng with the returning hosts that once filled them and still love this beautiful land. The White Man will never be alone.

 Let him be just and deal kindly with my people, for the dead are not powerless. Dead, did I say? There is no death, only a change of worlds”.


This speech has inspired a film ("Home"), where talk about a letter to then U.S. president, Franklin Pierce, which was written by Chief Seattle, although the letter is fictional, component of the film, as of today has spread in many ways as authentic:

"Chief Seattle's Letter" (Ted Perry April 22, 1970).

“How can you buy or sell the sky? The land? The idea is strange to us. If we do not own the freshness of the air and the sparkle of the water, how can you buy them?

 Every part of the earth is sacred to my people. Every shining pine needle, every sandy shore, every mist in the dark woods, every meadow, every humming insect. All are holy in the memory and experience of my people.

 We know the sap which courses through the trees as we know the blood that courses through our veins. We are part of the earth and it is part of us. The perfumed flowers are our sisters. The bear, the deer, the great eagle, these are our brothers. The rocky crests, the dew in the meadow, the body heat of the pony, and man all belong to the same family.

 The shining water that moves in the streams and rivers is not just water, but the blood of our ancestors. If we sell you our land, you must remember that it is sacred. Each glossy reflection in the clear waters of the lakes tells of events and memories in the life of my people. The water's murmur is the voice of my father's father.

 The rivers are our brothers. They quench our thirst. They carry our canoes and feed our children. So you must give the rivers the kindness that you would give any brother.

 If we sell you our land, remember that the air is precious to us, that the air shares its spirit with all the life that it supports. The wind that gave our grandfather his first breath also received his last sigh. The wind also gives our children the spirit of life. So if we sell our land, you must keep it apart and sacred, as a place where man can go to taste the wind that is sweetened by the meadow flowers.

 Will you teach your children what we have taught our children? That the earth is our mother? What befalls the earth befalls all the sons of the earth.

 This we know: the earth does not belong to man, man belongs to the earth. All things are connected like the blood that unites us all. Man did not weave the web of life, he is merely a strand in it. Whatever he does to the web, he does to himself.

 One thing we know: our God is also your God. The earth is precious to him and to harm the earth is to heap contempt on its creator.

 Your destiny is a mystery to us. What will happen when the buffalo are all slaughtered? The wild horses tamed? What will happen when the secret corners of the forest are heavy with the scent of many men and the view of the ripe hills is blotted with talking wires? Where will the thicket be? Gone! Where will the eagle be? Gone! And what is to say goodbye to the swift pony and then hunt? The end of living and the beginning of survival”.

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