—¿No
es hermosa la luna? —Preguntó ella.
—No
tanto como tus ojos.
Se
tomaron de la mano, y se quedaron así, en silencio, contemplando el cielo
estrellado.
—Ya
casi amanece, tengo que irme temprano… creo que mamá comienza a sospechar.
—Papá
también… es mejor que ambos nos vayamos… ¿Te veré mañana?
—No
lo sé… te dejaré mensaje en la segunda cabeza del perro, como siempre.
Se
despidieron con un beso. Ella extendió sus alas y emprendió el vuelo, él abrió
la entrada a la humeante caverna por la que volvería a casa, no sin antes
dedicarle una última mirada.
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