"...Hay veces, que mi ser se cubre de oscuridad, y desearía escapar, muy lejos, a donde nadie me encuentre, y mi alma, pese al dolor, alcanza a guiar, si acaso, a mi mano izquierda..."

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lunes, 3 de febrero de 2014

Regalo del Cielo. Taller de Escritura.

Nueva entrega del Taller de Escritura Be Literature luego de un largo receso. Si no tienen idea de qué trata esto, pueden leerlo de manos de su creadora.


Por cierto, les comento que en el blog de Veritas Alterea aparece una entrevista que me hicieron (¡La primera!), dónde, entre otras cosas, se habla de Nova-Gen Alpha, la novela que estoy desarrollando en este blog.

Y en el sitio Textualmente un Blog, aparece una reseña de uno de los relatos que realicé para el Taller de Literatura Be LiteratureLa Mujer más Hermosa del Mundo





En cuanto al taller, además de las inspiraciones de esta quincena, no se podían usar elementos bélicos, así que una vez desechada la idea de unos ositos cariñositos en un imperio fascista cyber-punk, mi relato es el que sigue.


Regalo del Cielo.


—Prometiste que siempre estarías conmigo…

Las palabras escaparon vacilantes de la boca de la niña, justo antes que su voz se quebrara y comenzara a llorar. Sus sollozos era más un gimoteo; el cual se ahogó lentamente entre el creciente aullido del viento; aquel que agitara la tierra seca sobre la que había caído de rodillas… tan seca como lo estaban sus lágrimas; como lo habían estado sus ojos, cansados de llorarle desde que partiera.


Se quedó así, sintiendo como el viento mecía su cabello; sintiendo como los granos de polvo arañaban su piel. Por un instante deseo huir; salir corriendo, no quería volver los pasos hacia su casa; aquella, tan callada y oscura desde que él partió; aquella dónde sus padres habían discutido por enésima vez, hartos de la sequía que aumentaba su miseria, de las heridas abiertas que sangraban cada que recordaban al hijo perdido; aquel que, quizá, habrían conservado si no fuera por su pobreza, por el temporal, por las enfermedades… Quizá.


Sollozó hasta que se cansó; hasta que sintió que la garganta le dolía por la sequedad del aíre; hasta que sintió como cada profunda y entrecortada inspiración le lastimaba el pecho, sollozó hasta que, por un momento, se olvidó de todo, del dolor y de ella misma. Sollozó hasta que la primera gota le golpeó en la nuca.

Al principio no lo percibió, o hizo como que no lo había hecho, pero cuando la segunda gota le golpeó al levantar la vista al cielo, su reseco rostro se inundó de la humedad de sus renacidas lágrimas, mezcladas con el agua de lluvia; la cual comenzó caer con más y más fuerza. “Gracias hermanito…” musitó entre sus partidos labios. 

Arriba, en lo alto del cielo, un joven soltaba una espada de oro; aquella con la que había herido sus muñecas, derramando su abundante sangre sobre las nubes; que la filtraban en agua de vida, postrer obsequio para aquellos que alguna vez llamó “suyos”.





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